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EN PORTADA: TRUMP REESCRIBE LA HISTORIA

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Foto: Shutterstock

El presidente lanza ataques contra quien lo contradiga. ¿Busca controlar la verdad? 

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En un movimiento que ha generado alarma en amplios sectores de la sociedad estadounidense, el presidente Donald Trump ha intensificado sus esfuerzos por moldear la narrativa histórica y estadística del país, desatando lo que muchos describen como un giro distópico en sus políticas. Desde la manipulación de exhibiciones en el Smithsonian hasta el despido de funcionarios por datos inconvenientes, las acciones recientes de la administración Trump plantean serias preguntas sobre la integridad de las instituciones y la confianza pública en la información oficial. 

El caso del Smithsonian

En marzo, Trump firmó un decreto dirigido al Instituto Smithsonian que denunciaba un supuesto esfuerzo por “reescribir la historia de nuestra nación” con narrativas “impulsadas por la ideología en lugar de la verdad”. El decreto, que prometía eliminar “ideología inapropiada” de instituciones culturales, levantó sospechas de ser un intento velado de ajustar la historia a los intereses del presidente. Estas preocupaciones se confirmaron recientemente cuando el Museo Nacional de Historia Estadounidense retiró un cartel que mencionaba los dos juicios políticos contra Trump, parte de la exhibición “Límites del Poder Presidencial”.

El cartel, colocado en septiembre de 2021, fue removido el pasado mes tras una “revisión de contenido histórico”, según el Smithsonian. Aunque el museo asegura que una versión actualizada incluirá eventualmente todos los juicios políticos, incluidos los de Trump, la remoción coincidió con presiones de la Casa Blanca para destituir a un director de un museo de arte, según reportó The Washington Post. Si bien no está claro si la orden vino directamente de Trump, el incidente sugiere que el museo pudo actuar para apaciguar al presidente, un precedente inquietante que evoca tácticas de control narrativo propias de regímenes autoritarios.

Manipulación de datos: El despido en el BLS

La administración Trump dio un paso aún más audaz al despedir a la Dra. Erika McEntarfer, comisionada de la Oficina de Estadísticas Laborales (BLS), horas después de que la agencia publicara datos devastadores: las peores cifras trimestrales de empleo no relacionadas con el COVID-19 desde 2010. En una entrevista con Newsmax, Trump admitió que el despido se debió a que “no creímos los números de hoy”, desestimando cualquier justificación técnica. Algunos aliados del presidente argumentaron que la destitución estaba justificada por revisiones previas en las cifras de empleo, pero esta explicación fue cuestionada por expertos y senadores republicanos como Cynthia Lummis y Thom Tillis.

Lummis calificó el despido como “impetuoso”, señalando que no es culpa de los estadísticos si los datos son precisos pero desfavorables. Tillis fue más allá, instando a Trump a “madurar” si la decisión se basó únicamente en su desagrado por los números. Los senadores Rand Paul y Lisa Murkowski expresaron preocupación por el impacto en la credibilidad de los datos gubernamentales, un pilar esencial para la toma de decisiones económicas y la confianza de los mercados. Este episodio refuerza la percepción de que Trump busca suprimir información que contradiga su narrativa, enviando un mensaje intimidatorio a otros funcionarios: complacer al presidente o enfrentar consecuencias.

Un patrón de control narrativo

Estas acciones no son hechos aislados, sino parte de un patrón más amplio. Trump ha intentado reescribir la historia en múltiples frentes: desde presentar a los acusados del asalto al Capitolio del 6 de enero como “patriotas” y “rehenes” hasta purgar programas de diversidad e inclusión, tachándolos de ideológicos. Su administración ha mostrado una visión restrictiva de la libertad de expresión, amenazando con perseguir a críticos de aliados como Elon Musk y sugiriendo que cuestionar a jueces favorables debería ser ilegal. 

Además, el inicio de su mandato incluyó la remoción de retratos de líderes militares que lo desafiaron y una purga de inspectores generales, debilitando la rendición de cuentas.

El despido de McEntarfer y la manipulación del Smithsonian son solo los ejemplos más recientes de un enfoque que Aaron Blake, analista de CNN, describe como “orwelliano”. Al controlar narrativas históricas y estadísticas, Trump busca consolidar poder, pero este enfoque tiene un costo. La desconfianza en los datos oficiales podría desestabilizar los mercados y erosionar la fe pública en las instituciones. Como advirtió el exsecretario del Tesoro Larry Summers, estas acciones podrían precipitar un “momento grave” para la economía y la democracia.

Implicaciones para el futuro

El impacto de estas políticas va más allá de los incidentes individuales. Si los funcionarios temen represalias por reportar datos objetivos o si las instituciones culturales ceden a presiones políticas, la integridad del conocimiento público se ve comprometida. Los mercados, que dependen de datos fiables, podrían descontar futuros informes positivos, temiendo manipulación. Asimismo, los ciudadanos podrían perder confianza en las instituciones que documentan su historia, un pilar de la identidad nacional.

La reacción de algunos republicanos, como Lummis, Tillis, Paul y Murkowski, sugiere fisuras en el apoyo a Trump dentro de su partido. Sin embargo, su base leal sigue celebrando su estilo disruptivo, lo que plantea una pregunta crítica: ¿está dispuesto Trump a pagar el costo político de estas tácticas? Con las elecciones de mitad de mandato en 2026 acercándose, las consecuencias de estas acciones podrían volverse más evidentes.

El giro distópico del gobierno de Trump, marcado por la manipulación de la historia y la supresión de datos inconvenientes, representa un desafío directo a la transparencia y la verdad. Desde el Smithsonian hasta la BLS, estas acciones envían un mensaje claro: la narrativa debe alinearse con los intereses del presidente. A medida que EE. UU. enfrenta una economía debilitada y crecientes tensiones políticas, la erosión de la confianza en las instituciones podría tener repercusiones duraderas. La pregunta ahora es si la sociedad estadounidense y sus líderes tendrán la voluntad de resistir este asalto a la verdad.

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