EE.UU. justifica ataques a “narcolanchas” y aviones cerca de Caracas mientras otros países denuncian invasión.
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En un pulso que amenaza con incendiar las aguas del Caribe y el Pacífico, el presidente Donald Trump ha elevado la apuesta contra el narcotráfico, prometiendo una ofensiva letal que ya deja un rastro de 37 muertos en nueve ataques a embarcaciones sospechosas. «Vamos a matar a las personas que traen drogas al país», soltó Trump en la Casa Blanca, con la crudeza que lo caracteriza, mientras bombarderos B-1 Lancer patrullaban a escasos 80 kilómetros de la costa venezolana.
La maniobra, calificada por Caracas como «provocación imperial», ha desatado un vendaval diplomático: Colombia habla de «invasión», México de violaciones al derecho internacional y Venezuela activa 5.000 misiles rusos en alerta máxima. ¿Es esta la guerra abierta contra los cárteles, o un farol geopolítico que podría arrastrar a América Latina a un abismo de confrontaciones?
La escalada no es improvisada. Desde inicios de septiembre, la Administración Trump ha desplegado una flotilla en el Caribe –destructores, submarinos y buques con fuerzas especiales– bajo el pretexto de una «campaña histórica» contra las «narcolanchas», embarcaciones rápidas equipadas con hasta cinco motores y velocidades de 65 millas por hora, según el propio Trump. «Eran como vagones de metro cargados de drogas», ironizó el mandatario en una reunión de gabinete, al describir los blancos hundidos sin piedad.
¿Por qué se declara la «guerra» al narco?
El Pentágono, ahora rebautizado como «Departamento de Guerra» por orden ejecutiva, ha confirmado nueve operaciones: siete en el Caribe, enfocadas en rutas venezolanas, y dos recientes en el Pacífico oriental, frente a Colombia, donde murieron cinco presuntos «narcoterroristas» en 24 horas. El saldo: más de 152.000 libras de narcóticos decomisados y 3.266 arrestos en semanas, presume la fiscal general Pam Bondi, quien celebra una caída del 50% en el flujo de fentanilo, la droga que devora vidas en las calles estadounidenses.
Pero detrás de los números relucientes, el telón de fondo es un polvorín. Trump niega necesitar una declaración de guerra del Congreso para actuar en aguas internacionales, amparado en una opinión legal clasificada que equipara a los narcos con «combatientes enemigos» ejecutables sin juicio. «Tenemos autoridad legal», insistió en la Oficina Oval, mientras el secretario de Guerra, Pete Hegseth, defiende repatriar sobrevivientes –como los dos ecuatorianos y colombianos de un ataque reciente– como «práctica estándar», evocando Irak y Afganistán.
Sin embargo, legisladores demócratas claman por transparencia: NBC News reveló preocupaciones en el Capitolio por la opacidad de la inteligencia que justifica estos golpes letales. ¿Pruebas sólidas o pretextos para presionar regímenes adversos?
Amenazas en el aire
El vuelo del B-1, detectado por trackers como FlightRadar24, no fue un paseo inocente. Despegado de la base Dyess en Texas, el bombardero supersónico –capaz de cargar 34.000 kilos de armamento, incluyendo nuclear– se acercó a 50 millas de la costa venezolana, rozando la Región de Información de Vuelo de Maiquetía durante 15 minutos. Acompañado por un tanquero KC-135 y un avión de reconnaissance RC-135, el aparato simuló ejercicios de lanzamiento, según fuentes del Wall Street Journal. Trump lo desmintió de plano: «Es falso, pero no estamos contentos con Venezuela. Nos envían drogas y prisioneros». No es la primera: la semana pasada, dos B-52 volaron a 86 kilómetros de La Orchila, isla venezolana clave.
Caracas interpreta estos sobrevuelos como ensayo para una invasión disfrazada de antinarcóticos. Nicolás Maduro, con el tono desafiante que lo define, contraatacó revelando su arsenal: «Más de 5.000 misiles Igla-S rusos en posiciones clave, desde montañas hasta ciudades, para garantizar la paz». Estos portátiles de corto alcance, desechables y letales contra drones o aviones bajos, forman parte de un sistema que incluye S-300 y Buk, todo cortesía de Moscú.
El fantasma del B-1 sobre Caracas
Maduro ordenó simulacros con «miles de operadores» y movilizó 15.000 soldados en cinco provincias costeras, bajo la Operación «Independencia 200». «Cualquier fuerza del mundo sabe el poder de los Igla-S», advirtió, mientras el Pentágono califica sus palabras de «propaganda». Expertos temen una escalada: estos misiles podrían proliferar en manos de grupos irregulares, convirtiendo el Caribe en un tablero de ajedrez armado.
Trump, por su parte, acusa al «régimen Maduro» de coquetear con cárteles como el «Cártel de los Soles» y facilitar el fentanilo chino vía Caracas. «No estamos contentos por muchas razones: drogas, inmigración ilegal y el envío de prisioneros bajo Biden. Ahora, frontera cerrada», espetó. Fuentes de inteligencia estadounidense aseguran que operaciones encubiertas de la CIA ya están en marcha en Venezuela, allanando el camino para golpes terrestres. «Los objetivos en tierra serán los siguientes», prometió Trump, insinuando que el Congreso será notificado –»no veo pérdida en ir»– pero sin ceder soberanía.
Petro en la mira: ¿Invasión o diálogo?
La tensión rebasa Venezuela y salpica a Colombia, donde Gustavo Petro enfrenta el vendaval más feroz. Trump lo tilda de «matón, mala persona y líder del narcotráfico», acusándolo de convertir su país en «la fábrica de cocaína más grande del mundo». «Es un tipo muy malo, muy impopular, demente», arremetió en el Air Force One, anunciando la suspensión de subsidios antinarcóticos –cientos de millones anuales– y aranceles inminentes.
Petro, lejos de amedrentarse, contraataca: «Trump está engañado por sus logias. Yo fui el principal enemigo del narco en el siglo XXI, descubriendo sus lazos con el poder». En conferencia, rechazó cualquier operación terrestre: «Sería invasión y ruptura de soberanía. Solo afectaría a los pobres, alimentando más al tráfico».
La Cancillería colombiana emitió un comunicado incendiario: «Rechazamos la destrucción de una embarcación en el Pacífico y exigimos cese de ataques. Respete el derecho internacional y dialogue por canales diplomáticos». Petro, quien boicoteó la Cumbre de las Américas por desacuerdos previos, reveló videos de operativos navales que destruyeron 17.000 laboratorios de cocaína, con aliijos por 23 millones de dólares. «Llevo 17.000 fábricas destruidas.
«Tratar de impulsar la paz no es ser narco», tuiteó, defendiendo su enfoque en sustitución de cultivos sobre fumigaciones violentas. Bogotá llamó a consultas a su embajador en Washington y amenaza con instancias internacionales. Trump, imperturbable: «Tenga cuidado, tomaremos acciones contra él y su país».
Sheinbaum reclama una “soberanía en juego”
México, vecino directo del caos, observa con recelo. La presidenta Claudia Sheinbaum, en su mañanera, fue tajante: «Obviamente no estamos de acuerdo. Hay leyes internacionales para operar contra presuntos transportes de droga en aguas internacionales». México notificó formalmente a Washington su rechazo a los bombardeos, que ven como «ejecuciones extrajudiciales» sin coordinación. Sheinbaum elogia el «marco de diálogo abierto» con EE.UU., pero subraya: «Sin renunciar a soberanía, libre determinación y autodeterminación». Modificó incluso la Constitución para blindar el artículo 40 contra intervencionismos.
Trump, que acusa a México de estar «gobernado por cárteles» pese a halagar a Sheinbaum como «mujer brava», promete no tolerarlo más. «Respeto al liderazgo, pero la nación está controlada por narcos». México, que ya lidia con decomisos récord y nexos de empresarios gringos en contrabando de combustible, teme que la ofensiva se extienda al Golfo. «Cada presidente tiene su estilo», minimizó Sheinbaum sobre el duelo Trump-Petro, pero Bogotá y Caracas buscan su respaldo en foros regionales.
¿Hacia una guerra en América Latina?
Esta «guerra al narco» trasciende el fentanilo: es un pulso por hegemonía. EE.UU. reduce el flujo marítimo –»ya ni encontramos barcos», bromea Trump–, pero expertos advierten riesgos. Sobrevivientes repatriados sin juicio alimentan reclamos de «crímenes de guerra», como clama Petro. Venezuela moviliza tropas indefinidamente; Colombia, inteligencia para rastrear narcolanchas propias. México urge el multilateralismo.
Analistas como el del Council on Foreign Relations ven en esto un «efecto dominó»: si Trump avanza a tierra, ¿responderán misiles Igla-S? ¿O prevalecerá el diálogo que Petro y Sheinbaum proponen? Trump, en su mesa redonda antinarcóticos, lo dejó claro: «Hemos capturado a los mayores líderes en la historia.
Pero la tierra será lo siguiente, y les golpearemos duro». El Caribe contiene la respiración. En unas semanas, el mayor número de arrestos podría palidecer ante un conflicto que nadie ganó en las calles de Medellín ni en las arenas de Kandahar.

